Cuestión de cañones, fundamentalmente. Esa es la conclusión, casi inevitable, a la que se llega tras la lectura La Gran Armada , un libro producido al alimón por el arqueólogo submarino Colin Martin y el famoso hispanista británico Geoffrey Parker , y que relata, con buen lujo de detalles, la famosa expedición fracasada de Felipe II contra la Inglaterra de Isabel I . Y no se trata tanto del número de cañones, sino de su estado, su disposición en los barcos, su calidad y, sobre todo, la diferente técnica de uso que hacía la marina española de aquel entonces frente a la británica. Introduzcamos primero algunos matices. Hablar de marina española o británica en el Siglo XVI es poco menos que temerario. Si bien, en el caso del imperio español, sí se puede hablar de algo parecido a una marina organizada (aunque sus mandos no eran nada profesionales, sino simplemente designados por su relevancia entre la nobleza y en la corte), en el caso británico, más bien se trataba de comisiones en
"La ideología es una camisa de fuerza que impide el fluir del libre pensamiento" (Américo Castro)