Empecemos
por el nombre. No se pronuncia Yosemait,
ni tampoco Yosemíte, como si fuera una
palabra llana, que es lo que acostumbramos a hacer los españoles. En inglés es
palabra esdrújula y basta recordar esto, que la letra “t” debe suavizarse un
poco y que la “e” final suena como una “i” para el nombre fluya correctamente
de nuestros labios cuando hablamos del Yosemite National Park (pronunciesé Yosémiti Nasional Parc).
Situado
a algo menos de cuatro horas en coche de San Francisco, se trata de una de las
joyas que la Madre Naturaleza ha puesto a nuestra disposición para que nuestra
alma sienta, al menos por unos momentos, la llamada de bosques vírgenes y
montañas cencidas que turba nuestro espíritu y despeja nuestra mente cuando
conseguimos alejarnos de la horrenda obra del ser humano y nos adentramos en la
naturaleza. El Parque Nacional de Yosemite es una de las explosiones de vida y
paisajes naturales más impresionantes con los que podamos soñar los humanos de
a pie.
La
prosaica realidad es que la parte más accesible –lo que se puede visitar en un
par de días sin adentrarse en lo que llaman YosemiteWilderness y que requiere la obtención de permisos específicos- no se
compone precisamente de bosques vírgenes ni de montañas donde jamás haya
hollado la bota del hombre. Para quienes soñamos de noche con las aventuras de
Jack London y los viajes a tierras inhóspitas, las riadas de gente y la gran
cantidad de regulaciones que afectan al parque (aparque aquí y sólo aquí, suba
en el shuttle bus si quiere ir más
lejos, no pise fuera de las sendas, utilice esta ruta de subida, utilice esta
otra de bajada, senda exclusiva para caballos, senda prohibida para ciclistas,
y un largo etcétera) amenazan con romper parte del encanto. Pero hay que
entender que las normas son un tributo imprescindible que hay que pagar para
gestionar a los más de tres millones de turistas que lo visitan cada año.
Dejados a su libre albedrío, arrasarían (o arrasaríamos) el parque en menos de
una década.
Yo no
vi, pero sé que hay, ciervos y otros animales mayores. Las autoridades del
parque advierten que también es bastante común encontrarse con osos, que pueden
aparecer en mitad de las sendas en cualquier momento con ganas de compartir el
almuerzo de los excursionistas. En estos casos parece que lo recomendable es
“gritar, dar palmadas y actuar agresivamente para asustarlos”. No sé yo qué tal
funcionará el sistema. Las sendas que yo recorrí estaban lo suficientemente concurridas como para que cualquier oso de mediana inteligencia se mantuviese a
prudente distancia. Son tantos los avisos que pueden encontrarse sobre los
osos, que confieso que acabé un poco decepcionado por no haber tenido la
oportunidad de toparme con alguno.
Ascensión a las cascadas
Entre
las muchas rutas que pueden hacerse en el parque (tanto para hacer a pie, como
a caballo y con diferentes niveles de dificultad para adecuarse a cualquier
edad o estado físico) yo escogí para empezar una que me recomendó una amable ranger en el centro de información de
Mariposa.
Ésta es una pequeña y pintoresca ciudad muy bien ubicada, a unas 30 ó
40 millas de cualquiera de las dos entradas principales del parque, en la que
no hay absolutamente nada que hacer más que pernoctar, aprovechando que los
precios son sensiblemente más baratos que en los alojamientos dentro de
Yosemite.
Los paisajes son tan espectaculares como cambiantes, pasando de caídas agrestes a zonas de río, subidas abruptas o pequeños oasis de paz como la Laguna Esmeralda, en la parte superior de Vernan Falls. Junto a esta pequeña pero preciosa laguna conseguí, por primera vez, encontrar un rincón en el que estar a solas, sin la presencia permanente de otros excursionistas, y disfruté de la paz y del abrumador sonido del silencio en la naturaleza.
Desde
la parte superior de la segunda cascada sube la ruta que conduce a la cima de Half Dome, una de las cumbres más
emblemáticas del parque. No me lancé a hacer cumbre por tres motivos: uno
porque era añadir cuatro millas de ida y otras tantas de vuelta y eso me
llevaría demasiado tiempo, que necesitaba para ver otras cosas; dos porque para
hacer cumbre es necesario obtener un permiso previo, que yo no tenía, y que
creo que hay que solicitar en el centro de visitantes; y tres, porque después
de una semana de trabajo durmiendo poco y comiendo mal y en exceso, el cuerpo
lo notaba pesado y consideré oportuno no excederme con la caminata.
El
descenso, a través de la llamada Winter
Trail (la única ruta abierta en invierno, porque la que discurre más pegada
a las cascadas y que utilicé de subida debe ser peligrosa por la nieve y el
hielo) es un agradable recorrido que no tiene más historia que el detenerse de
cuando en cuando a admirar la belleza que nos rodea.
Al
terminar este recorrido cogí el coche para acercarme a otra zona principal, la
carretera que lleva a Glacier Point.
La subida en coche, si bien se hace un poco larga, es muy atractiva. Hay un par
de miradores (culminando con el que está en el propio Glacier Point) que permiten observar el valle de Yosemite en toda
su grandeza, identificando los montes principales y con la curiosidad de poder
ver de lejos la parte superior de las cascadas, por donde yo había estado caminando
pocas horas antes.
Si hay
suerte, también se pueden ver algunas cabecitas de excursionistas en la cumbre
de Half Dome. Ampliando mucho esta
foto se ven dos o tres tipos arriba.
El
cartel invitando a no pasar por una zona determinada (donde se está recuperando
la vegetación) es también un indicativo del cuidado exquisito que tienen las autoridades
con el parque.
Sentinel Dome es una mole granítica desde la que se tienen
unas preciosas vistas del valle. Por desgracia, dada la avanzada hora de la
tarde, El Capitán lo tenía con un fuerte contraluz, por lo que no pude hacer
una fotografía en condiciones.
Tras
este breve paseo, se me echó la noche encima y volví a Mariposa.
Tocando el cielo
Para el
segundo día, en el que sólo contaba con la mañana, puesto que después tenía que
volver a San Francisco, escogí la entrada sur del parque, que conduce a Mariposa Grove. Ahí se encuentra uno de
los bosques de secuoyas gigantes que existen en Estados Unidos.
He aquí
que la intervención humana, y en este caso aparentemente positiva, también ha
hecho un daño considerable a los bosques de secuoyas. Antes de entender bien
cómo funcionaba la extraña relación de las secuoyas con el fuego, los esfuerzos
por controlar los incendios forestales tuvieron tanto éxito que permitieron el
desarrollo de especies competidoras, impidiendo el nacimiento y desarrollo de
secuoyas jóvenes durante décadas. Una vez apreciado el problema, las
autoridades provocan periódicamente fuegos controlados por zonas para asegurar
la pervivencia del bosque en el estado más natural posible.
Las
secuoyas no mueren con facilidad. Aparte de su resistencia al fuego,
aparentemente no mueren por la edad (algunas tienen 3.000 años o más) y sólo
cuando son derribadas por el peso de la nieve o las tormentas acaban su
existencia. Para evitar colapsar, cuentan con unas raíces que si bien no son
muy profundas (unos dos o tres metros), se extienden mucho a su alrededor,
formando una base muy amplia. Son capaces de compartir las raíces con otras
secuoyas vecinas, fusionándose con ellas y formando un único organismo vivo
–aunque sean varios árboles nacidos de semillas diferentes-. De ahí que
aparezcan comúnmente en pequeños grupos de dos o tres, como arropándose unas a
otras en su esfuerzo por alcanzar el cielo.
Todo el
paseo por Mariposa Grove lo hice
caminando (existe la posibilidad de hacerlo en un pequeño autobús o tren
turístico), añadiendo otros 6 u 8 kilómetros a mis piernas –agradecidas por el pequeño
esfuerzo tras días de sedentarismo urbano-, y llegando hasta el extremo superior,
donde me esperaba otra hermosa vista de los valles.
Esto
fue todo. Una gran excursión de día y medio en la que, si bien sentí algo de
pena por la excesiva humanización del entorno, también conseguí abrir una vez
más la puerta del espíritu para volver a sentir la llamada de la naturaleza.
Pude volver a soñar con tiempos salvajes y rememorar una era que nosotros no
hemos vivido en el que viajar era una forma de vivir para las almas inquietas y
en la que a cada paso, con cada nuevo valle y cada nueva montaña conquistada,
se abrían nuevas puertas a campos cada vez más extensos y desconocidos.
´No es más quién más alto llega, sino aquel que influenciado por la belleza que le envuelve, más intensamente siente´ Maurice Herzog, primer montañero en subir el Annapurna.
Todas las fotos que hice en la excursión se pueden ver aquí.
Comentarios
Me quedo con la foto de El Capitán para mi fondo del HP.
Gracias por el paseo. Ojalá pueda hacer algo similar, aunque nunca llegaré a poder caminar tantos kilómetros de una tacada. Algo menos podrá ser, eso sí.
Un besazo