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Estampas de Alemania

La parada técnica obligatoria causada por las cenizas volcánicas ha tenido sus ventajas. Al menos pude darme algunos buenos paseos por Düsseldorf, una ciudad pequeña, pero atractiva, incluso hermosa, que da juego suficiente para un fin de semana.

Y como todas las ciudades, tiene sus peculiaridades, algunas muy curiosas.

Düsseldorf es una ciudad eminentemente cervecera. En Düsseldorf la gente va tomando cañas de un lado para otro en el compacto centro peatonal. Pero si a uno no le apetece caminar, no hay problema, es posible incluso que el bar venga hacia donde tú estás a fuerza de pedal.


Sí, lo que se ve en la foto es una cervecería ambulante en la que los clientes tienen la oportunidad de ir bajando la curvita de la la felicidad mientras se entrenan para el Tour de Francia.

Pero claro, tanta cerveza debe tener sus consecuencias. Sin duda para evitar que los sufridos ciudadanos descarguen sus vejigas en cualquier esquina, al ayuntamiento se le ha ocurrido instalar estos meódromos para hombres de cuando en cuando.

Estos son los únicos meódromos públicos gratuitos que se ven por la zona. La inmensa mayoría de los aseos que se ven por Alemania son de riguroso pago.

Un caso curioso lo pude ver en la carretera, en el camino de vuelta. En una de esas cafeterías de carretera que se pueden encontrar en cualquier autopista europea los aseos eran de pago -50 céntimos-, pero la maquinita de la entrada (en la foto) expedía un ticket descuento de idéntico valor que se podía canjear en la cafetería o en la tienda.

Es un sistema ingenioso, de esa forma se le presta el servicio gratuito a los clientes de verdad y se les cobra -para el mantenimiento y limpieza- a los viajeros que únicamente entran a echar una meadita.

En este mismo retrete encontré uno de esos prodigios de la ingeniería alemana que han convertido al país en la primera potencia europea. Observen este vídeo.



Por si no se entiende muy bien, lo explico. Al tirar de la cadena sale un receptáculo lleno de líquido desinfectante y la tabla va dando la vuelta solita para ser limpiada. Al final queda el asiento reluciente y listo para recibir otro egregio trasero.

Volviendo a lo que se puede hacer en Düsseldorf en una parada obligada por la vulcanología, si hace buen tiempo es recomendable un paseo en barco por el Rhin. Lo que no entiendo muy bien es cómo ganan dinero los que lo organizan. Por el módico precio de 12 euros te daban el paseo y las bebidas gratis. Yo estuve charlando con un empresario keniano de origen indio que también se había quedado atascado sin vuelo. En la animada charla a mí me dio tiempo a tomarme dos cervezas y un café, y a mi interlocutor tres cervezas. No sé, pero a 12 euros por persona no me salen las cuentas.

He aquí algunas fotos del paseo en barco:



Mientras yo disfrutaba del paseo por el Rhin las líneas aéreas comenzaron a realizar algunos vuelos de prueba, así que vimos cómo despegaba un avión del aeropuerto de Düsseldorf. Creo que nunca un avión despertó tanta expectación. Los muchos viajeros descolgados que estábamos en el barco nos quedamos todos mirando al cielo, como si aquel solitario pájaro de hierro significase que pronto íbamos a tener nuestra oportunidad de volver a casa. Y eso me recuerda un comentario que oí en el largo camino en autobús de vuelta a España: "se ve extraño el cielo de Europa sin aviones" comentó un viajero colombiano que estaba intentando llegar a Madrid para coger un vuelo de vuelta a América. Y es cierto. Se ve extraño, hasta el punto de que cuando en un cielo en el que ya no hay aviones aparece uno de pronto, todos dirigimos la vista al cielo.

Alemania tiene una infraestructura ferroviaria de ensueño, y eso incluye la tupida red de tranvías de Düsseldorf. Es una ciudad de unos 300.000 habitantes, pero al mismo tiempo es el centro de una zona urbana muy densamente poblada, con varios núcleos de población unidos unos a otros. Varias líneas de tranvías cruzan esta ciudad en todos los sentidos y la comunican con las ciudades del entorno y con la red ferroviaria principal. Una curiosidad, el domingo, en el trayecto hacia el centro de la ciudad en tranvía, conocí a un jovial americano de Delaware llamado John (sí, también estaba atascado por el volcán) y estuvimos charlando un rato. Él se dirigía a Colonia a pasar el día y yo al centro de Düsseldorf. Después de nuestros respectivos paseos volvimos a coincidir en el trayecto de vuelta, una casualidad notable. Es en esas charlas insustanciales en los transportes cuando uno se da cuenta de lo similares que son los problemas de todos nosotros, independientemente de la nacionalidad: controlar los gastos y llevar al día la limpieza de la ropa interior y las camisas se convierte en una prioridad absoluta cuando uno tiene que quedarse por fuerza más días de lo previsto en una ciudad cualquiera.

Un apunte para el final. El viaje de retorno por vía terrestre fue mayormente pesado: autobús de Düsseldorf a Frankfurt con parada en Colonia y no sé dónde más, espera en Frankfurt para coger allí otro autobús con dirección a Barcelona y luego, finalmente, tren de Barcelona a Madrid.

En el cambio de autobuses en Frankfurt hubo alguien que, sin duda, tuvo peor suerte que nadie y le puso la guinda a un viaje para olvidar. Observen esta solitaria maleta:


Cuando ya estábamos todos subidos al autobús para Barcelona, los conductores empezaron a preguntar si esa maleta era de alguno de los presentes. No lo era, de donde deduzco que se la dejaron en tierra en algún otro embarque y que algún viajero, quizá en Riga, o en Sarajevo, o en Roma, se encontrará al final de su trayecto con que no sólo un volcán islandés le hizo trizas los planes de viaje, sino que también descubrirá que no sólo las líneas aéreas pierden equipajes.

Este texto se lo dedico a los buenos viajeros que conocí en el trayecto: al jovial John, que me ayudó a manejarme con los tranvías, a Álvaro y Alfredo, que volvían en el mismo autobús que yo y cargando con las muestras de material para puertas y ventanas que habían ido a buscar a Düsseldorf, al empresario keniano, cuyo nombre no anoté, que espero que haya podido llegar pronto a casa para abrazar a su hijo de dos años, y a Andrei, un ruso afincado en Portugal que, después de llegar a Barcelona, todavía tenía que coger un tren para Gerona y allí un vuelo para Oporto.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
que bici más flipante. Estos no han oido hablar del si bebes nos conduzcas.

Yo, en Berlín vi unas que eran para cinco personas pero en redondo. ¡Que mareo! En esas no hacía falta beber para pillar una buena