El ajedrez es, en esencia, una religión pagana, y Caissa, la única deidad a la que muchos aficionados estamos dispuestos a adorar, es nuestra diosa. Cada domingo, miles de fieles en todo el mundo, quizá millones, se dirigen presurosos a los altares para ofrecerle unas horas de oración y profunda meditación. Y también le ofrecen a Caissa sacrificios rituales: peones, caballos, torres, alfiles y damas para obtener sus favores en forma de victorias (ni que decir tiene que no todos lo consiguen, por cada favorecido por la diosa hay otro que se va derrotado y cabizbajo).
La Fe de los guerreros de fin de semana no tiene nada que ver con la de los grandes campeones, que viven del ajedrez y que realizan movimientos y maniobras inescrutables para la mayor parte de los mortales. Tampoco tiene que ver con la de los ancianos en el parque o los jugadores de cafeterías, que sólo mueven las piezas ocasionalmente por puro entretenimiento. El jugador "serio", que es sólo un aficionado, pero que le ha dedicado largas horas de estudio -y días y noches de frenética obsesión- a este centenario juego, no juega por la gloria, ni por dinero, ni por entretenimiento. Juega porque no puede evitarlo.
Nadie abandona por completo el ajedrez. Nadie abandona a Caissa, o al menos nadie la abandona del todo. Una vez que uno se ha iniciado el camino de la guerra dominguera (Caissa es una diosa guerrera, casi olvido decirlo), ya puede pasarse meses o años sin aparecer por el club que tarde o temprano recordará el olor de la pólvora y se plantará de nuevo en el campo de batalla.
Así me ocurrirá a mi mañana. Tras casi ocho años de ausencia, estoy de vuelta. Mañana, en la batalla, estaré pensando en Caissa. Como fiel devoto, a la diosa le pediré varias cosas: capacidad de concentración, entretenimiento, inspiración y, sobre todo, no dejarme ninguna pieza en alguna jugada estúpida.
No sé si atreverme a pedirle la victoria. Veremos mañana.
La Fe de los guerreros de fin de semana no tiene nada que ver con la de los grandes campeones, que viven del ajedrez y que realizan movimientos y maniobras inescrutables para la mayor parte de los mortales. Tampoco tiene que ver con la de los ancianos en el parque o los jugadores de cafeterías, que sólo mueven las piezas ocasionalmente por puro entretenimiento. El jugador "serio", que es sólo un aficionado, pero que le ha dedicado largas horas de estudio -y días y noches de frenética obsesión- a este centenario juego, no juega por la gloria, ni por dinero, ni por entretenimiento. Juega porque no puede evitarlo.
Nadie abandona por completo el ajedrez. Nadie abandona a Caissa, o al menos nadie la abandona del todo. Una vez que uno se ha iniciado el camino de la guerra dominguera (Caissa es una diosa guerrera, casi olvido decirlo), ya puede pasarse meses o años sin aparecer por el club que tarde o temprano recordará el olor de la pólvora y se plantará de nuevo en el campo de batalla.
Así me ocurrirá a mi mañana. Tras casi ocho años de ausencia, estoy de vuelta. Mañana, en la batalla, estaré pensando en Caissa. Como fiel devoto, a la diosa le pediré varias cosas: capacidad de concentración, entretenimiento, inspiración y, sobre todo, no dejarme ninguna pieza en alguna jugada estúpida.
No sé si atreverme a pedirle la victoria. Veremos mañana.
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