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Sin novedad en el frente. Diario del confinamiento, día 15: Héroes y villanos desde el salón


El miedo es la peor de las epidemias. El miedo puede convertir a la más razonable de las personas en un paranoico; a un individuo generalmente generoso y desprendido en un ávido acaparador de bienes de primera necesidad en los supermercados; a quien fue un héroe, en un villano. El miedo, además, se contagia, se transmite con más velocidad que un virus. Y si cuando es individual, ya nos atenaza, en modo colectivo se convierte en un peligroso aliado de la locura.


A la mayoría de nosotros se nos ha pedido algo bastante sencillo: quedarnos en el salón de nuestra casa. Es cierto que el largo encierro nos desasosiega, que las demasiadas horas de convivencia forzada producen tensiones y que el exceso de información negativa va mermando el espíritu. Pero no se nos ha pedido ir a primera línea a enfrentarnos con la enfermedad (nunca dejaremos de dar las gracias al personal sanitario), ni ir a atender al público a los supermercados, ni mantener abiertos servicios esenciales como las oficinas bancarias o las bibliotecas de hospital -sí, el personal de la biblioteca tiene que seguir trabajando para facilitar la información que precisen los médicos-.

Se nos ha pedido quedarnos en el salón de casa y sentirnos unos héroes solo por hacer eso. Yo no creo que realmente sea un comportamiento heroico, pero es lo que tenemos que hacer, y es digno.

Pero incluso desde el salón es más fácil de lo que parece convertirse en un villano; basta que el miedo nos empuje a tomar decisiones equivocadas desde el punto de vista humanitario.

Hoy he leído, con profunda tristeza, la historia de Jesús y su hija Patricia. Ambos con síntomas de la enfermedad y probablemente positivos (sin tests, solo con diagnóstico sintomático) deben aislarse… y lo están haciendo en su coche, porque al ser diagnosticados han sido expulsados del piso donde compartían una habitación. La hija, por cierto, está embarazada. El miedo empujó a los propietarios del piso a expulsarlos y hoy son hostigados por la policía, que ha llegado a multarlos, y no tienen dónde ir. Los servicios sociales de los diversos municipios por los que andan deambulando no les ofrecen ninguna solución.

Vimos hace unos días un acto cobarde protagonizado por una cincuentena de vecinos de la Línea de la Concepción. Se agruparon en la calle (cuando debían estar en casa) para impedir el paso de un autobús de ancianos, que estaban siendo realojados en el municipio después de que en su residencia hubiesen aparecido diversos casos de coronavirus. Estos vecinos bloquearon las calles y se enfrentaron a la policía, llegando a lanzar cócteles molotov. Es seguro que el miedo colectivo les hizo azuzarse unos a otros para “envalentonarse”, salir a la calle y protagonizar una escena vergonzosa y execrable.

Estos son ese tipo de actos que uno imagina propios de la Edad Media, cuando se cerraban las puertas de las ciudades para evitar que entrasen los apestados.

Y yo me temo que el miedo está afectando también el raciocinio de los gobernantes, en una Europa que ya estaba tocada por el Brexit, la embestida del coronavirus está produciendo reacciones y decisiones de corte nacionalista bastante insensato. No sé si la UE será capaz de aguantar unida después de esto.

Yo no tengo aspiraciones de ser un héroe. Me basta que, cuando haya pasado lo peor, pueda mirar para atrás y tener la certeza de que hice lo correcto.

Un día más que transcurre sin novedad en el frente.

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