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Sin novedad en el frente. Diario del confinamiento, día 30: El arte de leer las señales


En diciembre de 1941, cientos de aviones japoneses procedentes de una escuadra de portaviones que no había sido detectada se abalanzaron sobre la base estadounidense de Pearl Harbor y destrozaron una buena parte de la fuerza naval americana. Posteriormente, el análisis de toda la documentación que poseían los americanos antes del ataque (telegramas y mensajes interceptados principalmente) demostraba que había suficiente información como para haber esperado el ataque.

Tanto es así que rápidamente surgieron teorías conspiranoicas (basadas sobre todo en el hecho de que los americanos habían sacado a sus propios portaviones de Pearl Harbor poco antes) en el sentido de que realmente sí sabían lo que iba a ocurrir y que esencialmente lo habían provocado para garantizar que comenzaba la guerra. La conspiranoia no tiene razón de ser, porque uno no empieza la mayor guerra naval de la historia provocando que te hundan tus barcos a propósito, pero lo que sí es cierto es que había suficientes señales como para tomarse la amenaza en serio.


A mí me da la sensación de que la crisis que tenemos entre manos, la pandemia de Covid-19, era tan previsible como el ataque japonés. Pero es mucho más sencillo leer las señales a posteriori.

Había muchas indicaciones que apuntaban a que esto iba a ocurrir. La comunidad científica lleva hablando de este problema desde hace bastante tiempo. Pero por algún extraño motivo, nadie parecía interesado en hacerles caso (yo tampoco, no se crean que soy más listo que los demás). Muchos de nosotros quizá hasta hayamos leído hace algunos meses entrevistas con estos científicos, pero sus advertencias nos habrán parecido poco más que avisos anecdóticos.

He revisado algunos de los artículos que hablan de este asunto. Entre todos ellos, destaco uno en el que Marta García Aller explica cómo entrevistó, en julio de 2019, a Martin Rees, fundador del Centro para el Estudio de los Riesgos Existenciales en Cambridge.

La periodista se pregunta Por qué los políticos no hicieron caso al científico que alertó de la pandemia. Pero lo cierto es que ella misma no lo consideró lo bastante relevante como para llevarlo al titular. Los viajes a Marte estaban mucho más de moda y ese fue el tema central del artículo.

Más avisos. A lo largo de la historia ha habido pandemias recurrentes y muchas de ellas han dislocado totalmente la sociedad y la economía. Así pasó, por ejemplo, con la peste de Justiniano en el Siglo VI, con la Peste Negra en el Siglo XIV, con la viruela en América (llevada por los conquistadores) a partir del Siglo XVI, etcétera. Si la Gripe Española del Siglo XX no trastocó tanto la economía es porque coincidió en el tiempo con la Primera Guerra Mundial, que se las bastó y se sobró a si misma para poner patas arriba al mundo de aquel entonces.

Pero es que, además, en décadas recientes ha habido brotes epidémicos que podrían haber sido catastróficos (SARS, Gripe Aviar, Gripe A, Ébola…). Sin embargo, estos avisos no han servido para anticiparnos y prepararnos para lo que hoy tenemos encima. De hecho, han servido para todo lo contrario. Yo creo que parte del problema es que la comunidad científica y los estados pudieron controlar todos esos brotes. Se controlaron con mejor o peor fortuna según el caso y la zona geográfica, pero en todos ellos se consiguió evitar una pandemia. Y eso ha originado un estado de opinión de cierto optimismo y confianza. Es el cuento de Pedro y el Lobo. La sensación colectiva es que siempre íbamos a tener a los científicos para controlar el tema, que las bajas de una epidemia nunca pasarían de unos pocos cientos o unos pocos miles y que, además, ocurriría siempre en lugares más o menos exóticos (como el centro de África o China). A nosotros aquello no nos iba a afectar nunca. Era siempre un peligro lejano. No creíble.

Leer con anticipación las señales, interpretarlas correctamente y tomar las decisiones en consecuencia es un arte difícil. Ahora, cuando ha quedado de manifiesto que como sociedad no hemos sabido hacerlo, no nos queda otra que nadar y remar contra la corriente.

Espero que, para la próxima crisis, sea cual sea su naturaleza, hayamos aprendido algo de esta.
Cierro el domingo de Pascua sin novedad en el frente.


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