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Sin novedad en el frente. Diario del confinamiento, día 27: Prejuzgar, siempre prejuzgar


Llevo toda mi vida luchando a brazo partido contra mis propios prejuicios. Todos los tenemos. Todos hemos atribuido características a alguien simplemente porque pertenece a un grupo: a un país, a una nación, a un sexo, a una raza, a una religión, a un club de fútbol, a una identidad sexual. Esos son prejuicios relativamente fáciles de combatir, porque podemos hacernos conscientes de ellos. Basta con racionalizar la situación, negarse a generalizar y valorar a cada persona por lo que es, por lo que dice, por cómo se comporta y no por el grupo al que pertenece.

También tenemos prejuicios construidos desde nuestra propia concepción ideológica del mundo. Llevamos tantos años dividiendo nuestras ideas entre “derecha” e “izquierda” que nos atrevemos, no solo a encasillar a la gente en cuanto expresa la más mínima opinión, sino casi a negar el derecho a cambiarla o a mantener posturas eclécticas que aglutinen ideas de aquí y de allá. Parece como si los paquetes ideológicos hubiera que comprarlos y asumirlos al completo, como los packs indivisibles de tres bricks de salsa de tomate en el supermercado, y que no fuese lícito aceptar la idea X proveniente de un grupo y la idea Y proveniente de otro.

Mas cuando te das cuenta de que analizar la realidad desde un presupuesto ideológico no es más que encorsetar tu propia libertad de pensamiento (¡qué grande la frase de Américo Castro que enarbola este blog desde que lo empecé!), también resulta factible, que no sencillo, combatir este tipo de prejuicios.

Pero hay otros prejuicios igualmente peligrosos. Son aquellos de los que no somos siquiera conscientes, son los juicios de valor que nos hacemos de algo o de alguien de un golpe de vista, haciéndonos clasificar a las personas o a los hechos como buenos o malos sin mayor reflexión.

Ayer fui víctima y partícipe de uno de esos prejuicios. Circuló por los grupos de Whatsapp un vídeo en el que se veía un atasco considerable en una de las carreteras de salida de Madrid. En concreto en la salida a la A-6, muy cerca de Moncloa. El juicio inmediato de quien grabó el vídeo y que yo asumí como propio fue que una gran bandada de madrileños insolidarios se dirigía a sus segundas residencias a pasar la Semana Santa.


Falso de toda falsedad. La DGT ha explicado con toda claridad por qué se han producido estos atascos. Están causados por los controles policiales y el estrechamiento de las vías al inutilizar carriles. La densidad de tráfico real es menor que la semana pasada y la mayor parte de la gente que estaba en esos vehículos contaba, probablemente, con una razón legítima para estar ahí. Muchos son esos trabajadores a los que aplaudimos a las 8 de la tarde cada día y que se dirigen a sus hogares (primera residencia, que no segunda) después de una jornada de trabajo, o que se incorporan a sus puestos en ese mismo instante. A veces se nos olvida que Madrid no acaba en Moncloa, y que hay mucha gente que vive o trabaja en Majadahonda, Las Rozas, Aravaca… y que se tiene que desplazar por las carreteras del entorno de Madrid.

No es la primera vez que cometo este error. En un artículo anterior de esta serie critiqué precipitadamente a los valencianos que aparentemente se dirigían a su segunda residencia. Hoy soy consciente de que había prejuzgado sin tener toda la información. Es muy probable que muchos de ellos tuviesen todo el derecho del mundo a estar ahí. He incluido una aclaración en el texto.

Como jugador de ajedrez que soy, hace tiempo que aprendí que no hay que hacer absolutamente nada hasta que no te lo has pensado al menos dos o tres veces. Aun así, sigo cometiendo el error de prejuzgar, siempre prejuzgar.

Y ha comenzado ya la Semana Santa más extraña de nuestras vidas, afortunadamente sin novedad en el frente.

Artículos anteriores de la serie:

Comentarios

Isabel ha dicho que…
A todos nos pasa, Fabián. Estas últimas mañanas desde la ventana de nuestra cocina (otra de las miles de ventanas indiscretas que se multiplican por toda la ciudad) vemos pasar a un señor sin mascota, sin bolsas, con un andar un tanto peculiar... Y ¡zas!, comentario: "mira ese tío, qué morro, bla, bla, bla"
Esta mañana hemos descubierto que se trata del señor que sube y baja los cubos de basura del portal de al lado.
Y sin embargo, ayer, hablando con mi madre sobre las retenciones en las carreteras sí empaticé con los conductores porque me pasó hace una semana cuando me dirigía a trabajar.
Conclusión: prejuzgamos porque nos falta empatía.
Por cierto, sigue escribiendo, nos amenaizas el desayuno. Gracias