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Sin novedad en el frente. Diario del confinamiento, día 62: Desde mi atalaya

Hay ocasiones en las que hay que levantar la vista y observar con detenimiento lo que ocurre alrededor. Y soy consciente de que, desde mi atalaya, gozo de una posición privilegiada. No me cabe la menor duda de que mi confinamiento ha sido y es mucho más cómodo que el de la mayoría de la población. Teletrabajo, casa grande, jardín… unos auténticos lujos en los tiempos que nos ha tocado vivir.

Desde mi puesto de observación he visto la ilusión y el caos, la alegría y las penas de la población. Y lo he visto como en la distancia, porque hasta ahora –y toco madera- la enfermedad no se ha cebado en mi entorno.

Pero reflexiono y descubro que esta buena fortuna no es un derecho natural. Algunos estamos teniendo más suerte que otros y lo que espero, lo que considero justo, es que a todos nos toque contribuir de alguna manera para sostener al conjunto de la sociedad.

Por eso, me llaman mucho la atención comentarios que leo en Twitter y en medios de comunicación urgiendo al Gobierno a no subir impuestos y a mantener reducido el gasto público. ¡Pues ya nos dirán entonces cómo piensan pagar todo el gasto extraordinario asociado a la pandemia! ¿con aportaciones voluntarias tipo crowdfunding?

Desde mi atalaya también veo otra cosa importante. Creo que se va a producir (y se tiene que producir) un cambio radical de expectativas vitales.

En términos generales, desde hace décadas estamos acostumbrados a la idea de que cualquier generación tiene derecho a vivir mejor que la anterior. No necesariamente mejor en términos de calidad de vida, pero al menos sí mejor en perspectivas profesionales y capacidad de gasto.

Esto no ha sido así siempre. Más bien lo contrario. En la mayor parte de la historia de la humanidad cualquier persona que nacía aspiraba únicamente a vivir del mismo modo que sus padres y sus abuelos. Pero el crecimiento que trajo en su día el primer mercantilismo y, más recientemente, el capitalismo nos había acostumbrado a la idea de que el nivel de vida iba subiendo con cada generación.

Con el inmenso paso atrás que supone la gran caída de la actividad económica y del PIB, y con la certeza de que sectores económicos enteros van a tener grandes problemas para levantar cabeza, es inevitable pensar que va a haber un gran salto atrás en el nivel de vida. Y también que las generaciones más jóvenes tienen unas perspectivas bastante más oscuras que las que tuvimos otros.

Lo que creo es que todo eso hay que ponerlo en perspectiva y relativizarlo. En los últimos 20 años nos habíamos acostumbrado a un ritmo tan frenético que no nos daba tiempo ni para disfrutar de lo que hacíamos. Los viajes a lugares exóticos ya no existían, porque no quedaban lugares exóticos de tanto turista que los visitaba cada año, los centros comerciales se habían hecho inhabitables, de tanta gente, tanto ruido y tanto gasto que se producía de forma continua.

Y ahora, que nos hemos acostumbrado a un ritmo de vida mucho más lento, a veces levanto la mirada desde mi atalaya y me pregunto si no deberíamos empezar a vivir más despacio, disfrutando de las cosas pequeñas. Hoy, la simple idea de salir a caminar al aire libre es reconfortante.

Un saludo a todos en un día más sin novedad en el frente.

 

 

Artículos anteriores de la serie:

Diario del confinamiento, día 1: en territorio hostil

Diario del confinamiento, día 2: ‘Gens Una Sumus’

Diario del confinamiento, día 3: Cuando el suelo no iba a desaparecer bajo nuestros pies

Diario del confinamiento, día 4: La máquina del tiempo

Diario del confinamiento, día 5: Conócete a ti mismo

Diario del confinamiento, día 6: ¡Día del Padre!

Diario del confinamiento, día 7: Primavera, que no es poco

Diario del confinamiento, día 8: En los brazos de Caissa

Diario del confinamiento, día 9: Desubicados

Diario del confinamiento, día 10: Madrid 2021

Diario del confinamiento, día 11: Lecciones de tiempos de crisis

Diario del confinamiento, día 12: Colección Héroes

Diario del confinamiento, día 13: Amor clandestino

Diario del confinamiento, día 14: Seguid cantando

Diario del confinamiento, día 15: Héroes y villanos desde el salón

Diario del confinamiento, día 16: El pequeño placer de las buenas noticias

Diario del confinamiento, día 17: Primera escaramuza

Diario del confinamiento, día 18: Sobre un médico de Chechenia y unos ginecólogos españoles

Diario del confinamiento, día 19: ¿Te lo imaginas sin internet?

Diario del confinamiento, día 20: Curiosidades de la ‘gripe española’

Diario del confinamiento, día 21: Lo que de verdad importa

Diario del confinamiento, día 22: El espejismo

Diario del confinamiento, día 23: El error de Robinson Crusoe

Diario del confinamiento, día 24: La pandemia de las ‘fake news’

Diario del confinamiento, día 25: Libre te quiero

Diario del confinamiento, día 26: Elogio de la resiliencia y del pingüino emperador

Diario del confinamiento, día 27: Prejuzgar, siempre prejuzgar

Diario del confinamiento, día 28: Un pequeño lujo de cuarentena

Diario del confinamiento, día 29: El ocaso de los ‘magufos’

Diario del confinamiento, día 30: El arte de leer las señales

Diario del confinamiento, día 31: La otra forma de viajar

Diario del confinamiento, día 32: Mezquindades

Diario del confinamiento, día 33: La hora de la naturaleza

Diario del confinamiento, día 34: Eso que llamábamos ‘normalidad’

Diario del confinamiento, día 35: la confusión del minotauro

Diario del confinamiento, día 36: La soberbia humana

Diario del confinamiento, día 37: Impacto generacional

Diario del confinamiento, día 38: Las noticias del mundo al revés

Diario del confinamiento, día 39: Jugarretas de la mente oscura

Diario del confinamiento, día 40: Soneto del confinamiento

Diario del confinamiento, día 41: Sobre el día del libro y otras efemérides

Diario del confinamiento, día 42: En tu casa y en la mía

Diario del confinamiento, día 43: Reality show

Diario del confinamiento, día 44: El confinado de piedra

Diario del confinamiento, día 45: La fotografía tramposa

Diario del confinamiento, día 46: Hauser, hoy era el día

Diario del confinamiento, día 47: El día de Sísifo

Diario del confinamiento, día 48: Deportes de riesgo

Diario del confinamiento, día 49: ¡Inmunes!

Diario del confinamiento, día 50: Libertad por horas

Diario del confinamiento, día 51: ¡Día de la Madre!

Diario del confinamiento, día 52: Carrera de hamsters

Diario del confinamiento, día 53: Enemigos íntimos

Diario del confinamiento, día 54: Todo tiempo pasado fue anterior

Diario del confinamiento, día 55: El rapto de Europa

Diario del confinamiento, día 56: Será porque yo quiero

Diario del confinamiento, día 57: La gente que me gusta

Diario del confinamiento, día 58: Cuesta arriba se piensa mejor

Diario del confinamiento, día 59: Músicas para una pandemia

Diario del confinamiento, día 60: Lo que nos hace humanos

Diario del confinamiento, día 61: Tan lejos y tan cerca


Comentarios

Unknown ha dicho que…
Este sí que ha sido filosofía pura, amigo, casos, casi,metafísica...