Hace unos dos millones de años, un homínido primitivo –probablemente el líder de un pequeño grupo familiar- dio un paso extraordinario. Quizá aprovechando una sequía y un bajo nivel de las aguas, encontró la forma de vadear el Mar Rojo (o lo que hubiese en su lugar en aquella época) y sacó a su familia desde su África natal para adentrarse en Eurasia. La escena se repitió hace 90.000 años, solo que esta vez no se trataba de un homínido primitivo, sino de un Homo Sapiens.
Desde entonces, familias de humanos se extendieron en sucesivas oleadas
sobre la Tierra. Buscando territorios de caza y recolección primero, o nuevos
pastos o terrenos para la agricultura después, los hombres emprendieron un
viaje de exploración permanente. Y aun cuando las poblaciones se fueron
asentado y las comunidades adoptaron costumbres sedentarias, tentadas con toda
probabilidad por la seguridad que ofrecían sus hogares, no faltó nunca algún
personaje aventurero para iniciar un viaje, superar una montaña, cruzar un rio
caudaloso, atravesar un nuevo valle y adentrarse en Terra Incógnita.
Ese afán de descubrimiento y aventura es lo que nos hace humanos. Necesitamos estar en movimiento, adentrándonos en nuevos parajes.
Y el confinamiento nos destruye el espíritu porque nos obliga a estarnos
quietos, demasiado quietos. De esta forma, nuestros sentidos quedan abotargados
y nuestra alma se adormece sin remedio.
Por eso es importante que cada uno de nosotros identifique de vez en cuando
cuál será su próxima exploración, su próximo reto. Puede ser una exploración
física, como un viaje cuando vuelva a ser posible, o meramente intelectual,
como la lectura de un libro sobre un tema que nos resulte totalmente
desconocido. También puede ser un viaje emocional, como la búsqueda de una
pareja.
Se trata de identificar ese desafío personal que nos devuelve la inquietud
por lo nuevo que tenía el humano primitivo.
La escritura de este blog está siendo uno de esos viajes fascinantes. Y recientemente he encontrado un nuevo viaje aventurero al que dedicaré
mis energías futuras. Es un viaje apasionante, como el de aquella familia que
acertó a cruzar el Mar Rojo.
Lo espero lleno de expectación.
Una vez más, me despido sin novedad en el frente.
Artículos anteriores de la serie:
Diario del confinamiento, día 1: en
territorio hostil
Diario del confinamiento, día 2: ‘Gens Una
Sumus’
Diario del confinamiento, día 3: Cuando el
suelo no iba a desaparecer bajo nuestros pies
Diario del confinamiento, día 4: La
máquina del tiempo
Diario del confinamiento, día 5: Conócete
a ti mismo
Diario del confinamiento,
día 6: ¡Día del Padre!
Diario del
confinamiento, día 7: Primavera, que no es poco
Diario del
confinamiento, día 8: En los brazos de Caissa
Diario del
confinamiento, día 9: Desubicados
Diario del
confinamiento, día 10: Madrid 2021
Diario del
confinamiento, día 11: Lecciones de tiempos de crisis
Diario del
confinamiento, día 12: Colección Héroes
Diario del
confinamiento, día 13: Amor clandestino
Diario del
confinamiento, día 14: Seguid cantando
Diario del
confinamiento, día 15: Héroes y villanos desde el salón
Diario del
confinamiento, día 16: El pequeño placer de las buenas noticias
Diario del
confinamiento, día 17: Primera escaramuza
Diario del
confinamiento, día 18: Sobre un médico de Chechenia y unos ginecólogos
españoles
Diario del
confinamiento, día 19: ¿Te lo imaginas sin internet?
Diario del
confinamiento, día 20: Curiosidades de la ‘gripe española’
Diario del
confinamiento, día 21: Lo que de verdad importa
Diario del
confinamiento, día 22: El espejismo
Diario del
confinamiento, día 23: El error de Robinson Crusoe
Diario del
confinamiento, día 24: La pandemia de las ‘fake news’
Diario del
confinamiento, día 25: Libre te quiero
Diario del
confinamiento, día 26: Elogio de la resiliencia y del pingüino emperador
Diario del
confinamiento, día 27: Prejuzgar, siempre prejuzgar
Diario del
confinamiento, día 28: Un pequeño lujo de cuarentena
Diario del
confinamiento, día 29: El ocaso de los ‘magufos’
Diario del
confinamiento, día 30: El arte de leer las señales
Diario del
confinamiento, día 31: La otra forma de viajar
Diario del
confinamiento, día 32: Mezquindades
Diario del
confinamiento, día 33: La hora de la naturaleza
Diario del
confinamiento, día 34: Eso que llamábamos ‘normalidad’
Diario del
confinamiento, día 35: la confusión del minotauro
Diario del
confinamiento, día 36: La soberbia humana
Diario del confinamiento,
día 37: Impacto generacional
Diario del
confinamiento, día 38: Las noticias del mundo al revés
Diario del
confinamiento, día 39: Jugarretas de la mente oscura
Diario del
confinamiento, día 40: Soneto del confinamiento
Diario del
confinamiento, día 41: Sobre el día del libro y otras efemérides
Diario del
confinamiento, día 42: En tu casa y en la mía
Diario del
confinamiento, día 43: Reality show
Diario del
confinamiento, día 44: El confinado de piedra
Diario del
confinamiento, día 45: La fotografía tramposa
Diario del
confinamiento, día 46: Hauser, hoy era el día
Diario del
confinamiento, día 47: El día de Sísifo
Diario del
confinamiento, día 48: Deportes de riesgo
Diario del
confinamiento, día 49: ¡Inmunes!
Diario del
confinamiento, día 50: Libertad por horas
Diario del
confinamiento, día 51: ¡Día de la Madre!
Diario del
confinamiento, día 52: Carrera de hamsters
Diario del
confinamiento, día 53: Enemigos íntimos
Diario del
confinamiento, día 54: Todo tiempo pasado fue anterior
Diario del
confinamiento, día 55: El rapto de Europa
Diario del
confinamiento, día 56: Será porque yo quiero
Diario del
confinamiento, día 57: La gente que me gusta
Diario del
confinamiento, día 58: Cuesta arriba se piensa mejor
Diario del confinamiento, día 59: Músicas
para una pandemia
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