¡Hemos llegado tan lejos! ¡Hemos recorrido tantas semanas de esfuerzo colectivo!...
Nos hemos enfrentado a un desafío muy superior al que jamás podríamos haber
imaginado y hemos avanzado juntos, día a día, para acercarnos al objetivo de
alejar el fantasma de la enfermedad. Pero hoy, al alzar la vista, nos hemos
dado cuenta de que, a pesar de la longitud del camino recorrido, todavía
estamos demasiado cerca de la casilla de salida.
Hoy se han conocido los resultados de los estudios serológicos que se han
realizado sobre la población, los únicos que pueden tener un valor estadístico
y darnos una idea sobre lo que ha progresado la Covid-19. Y el resultado es tan
esperanzador como desolador. Solo
un 5% de la población española ha pasado la enfermedad y, por lo tanto,
puede haber alcanzado cierto grado de inmunidad.
La buena noticia es que el confinamiento ha funcionado, evitando que el
colapso del sistema sanitario se prolongue más allá de unas semanas. Y
evitando, casi con toda seguridad, la muerte de decenas de miles de personas.
La mala noticia es que estamos lejísimos de la inmunidad de rebaño.
Y lo cierto es que estamos cansados. Nuestros hijos necesitan encontrarse
con sus amigos, ir a los colegios e institutos para tener algo de vida social
más allá de las pantallas de los videojuegos. Nosotros necesitamos volver,
aunque sea por unos momentos, a nuestras oficinas, a tener una reunión
presencial con nuestros compañeros sin el filtro -muy útil, pero algo
artificioso- de las videoconferencias. ¿Habéis notado como yo los incómodos
silencios que se producen a veces, sobre todo cuando se queda simplemente para
charlar, sin una agenda de trabajo?
Necesitamos volver a las rutinas, a las visitas al fisio, a hacer deportes
de equipo, ir al cine, al teatro y los parques, a las compras...
Pero ahora, cuando se empiezan a levantar las medidas más estrictas, es
necesario recordar que el enemigo sigue ahí, agazapado. Tenemos unas ganas locas
de salir y reencontrarnos. Tenemos ganas de visitar a las familias y quedar con
los amigos, de tomar algo en los bares y restaurantes a pesar de que durante un
tiempo nos sentiremos incómodos, con el rostro tapado con mascarillas y jugando
al ratón y al gato con los espacios para mantener la distancia.
Hoy sabemos que no habrá una vuelta a la normalidad, ni tan siquiera sé si
habrá una normalidad previsible en los próximos meses. La situación y las
normas serán cambiantes semana a semana.
Y tengo la incómoda sensación de que todo el futuro va a ser feo durante
mucho tiempo. ¡Ingenuo de mí! Cuando empezó el confinamiento y yo comencé a
escribir el blog aun creía que todo esto tendría un principio y un final. Hoy me
doy cuenta de que no hay una meta al final del camino y ni siquiera hay un
final del camino. Solo hay camino, más suave en algunos tramos, más escabroso
en otros, pero de naturaleza incierta y sin un final a la vista.
De alguna manera tenemos que conseguir que la sociedad vuelva a arrancar y,
al mismo tiempo, seguir ralentizando el progreso de la enfermedad. Que avance,
sí, pero que sea despacio. Porque no podemos permitirnos el lujo de volver una
y otra vez a la casilla de salida.
Me despido, sin novedad en el frente, hasta mañana, que ya va mediada la
semana y toca descansar.
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