La naturaleza del juego ha cambiado. Y eso nos obliga a replantearnos la estrategia. Durante buena parte de los dos meses anteriores la partida de ajedrez que estábamos jugando contra el coronavirus se asemejaba a las grandes batallas épicas del romanticismo. El ataque del SARS-COV-2 fue, durante semanas, una embestida digna de los mejores jugadores de ataque, como el mítico Mijail Tal o el impresionante Gary Kasparov.
No quedó más remedio que jugar a la defensiva, bloquear toda posible vía de transmisión del virus al igual que un jugador de ajedrez trata de bloquear y dominar las casillas críticas cuando se ve sometido a un ataque, en la espera de que la ofensiva se acabe diluyendo. Y mientras tanto, va preparando también su contra juego, ubicando sus piezas para tomar la iniciativa del mismo modo que la ciencia ha ido buscando, a un ritmo frenético, tratamientos y vacunas contra la enfermedad.
Esa gran ofensiva ya parece haberse diluido. Y lo que se nos viene encima
es otro tipo de juego. No será una partida, sino muchas, que se extenderán
durante meses. El juego ahora será más estratégico y posicional, de avances
lentos y retrocesos ocasionales. Habrá que ir dominando determinadas zonas del
tablero y cediendo en otras para aliviar la presión. Y así, continuamente, levantando
y endureciendo de forma alternativa las restricciones del confinamiento para
dar al virus las menores oportunidades posibles de despertar y al mismo tiempo
ofrecer a la población la oportunidad de volver a vivir algo parecido a una
vida y a la economía la de reactivarse.
A los mandos necesitamos a un Anatoly Kárpov o
un Magnus Carlsen,
jugadores de destacada habilidad para ir aprovechando las pequeñas ventajas y,
al mismo tiempo, minimizar los riesgos.
La certeza de que el juego se va a extender durante mucho tiempo me obliga a
mí también a replantearme qué hacer con este diario. Llevo más de dos meses
acudiendo de forma fiel a esta cita. Al principio esperaba un hito tan notable
como un Final del Confinamiento para
poner fin al diario. Pero hoy sé que tal final no es realmente posible, sino
que el camino se alargará durante semanas o meses. Pensé luego en aprovechar un
posible cambio de fase, pero resulta que esos cambios son desiguales por
territorios, que en Madrid no está nada claro cuándo se entrará en la fase 1,
que en otras zonas se habla de fase 0,5…
Me he quitado horas de sueño para acudir a esta cita y empiezo a notar el
cansancio, amén de que estoy cerca de embarcarme en otro proyecto que requerirá
de toda mi energía.
Por este motivo, he decidido que el de mañana será el último artículo de
esta serie. El hito que he encontrado es bastante peregrino. Será el artículo
número 64, y resulta que es un número casi sagrado para un jugador de ajedrez.
Para mí, una obra con 64 capítulos es tan redonda como puede serlo para otro
una que tenga 100.
Esto no significa que vaya a dejar de escribir, solo que ya no me
comprometo a hacerlo a diario y que esta serie quedará cerrada, dándome a mí
mismo la libertad de escoger otros temas y divagar por otros derroteros.
Mañana desvelaré, eso sí, alguno de los motivos que me han llevado a
realizar este diario y a titularlo Sin
Novedad en el Frente.
Artículos anteriores de la serie:
Diario del confinamiento, día 1: en
territorio hostil
Diario del confinamiento, día 2: ‘Gens Una
Sumus’
Diario del confinamiento, día 3: Cuando el
suelo no iba a desaparecer bajo nuestros pies
Diario del confinamiento, día 4: La
máquina del tiempo
Diario del confinamiento, día 5: Conócete
a ti mismo
Diario del
confinamiento, día 6: ¡Día del Padre!
Diario del
confinamiento, día 7: Primavera, que no es poco
Diario del
confinamiento, día 8: En los brazos de Caissa
Diario del
confinamiento, día 9: Desubicados
Diario del
confinamiento, día 10: Madrid 2021
Diario del
confinamiento, día 11: Lecciones de tiempos de crisis
Diario del
confinamiento, día 12: Colección Héroes
Diario del
confinamiento, día 13: Amor clandestino
Diario del
confinamiento, día 14: Seguid cantando
Diario del
confinamiento, día 15: Héroes y villanos desde el salón
Diario del
confinamiento, día 16: El pequeño placer de las buenas noticias
Diario del
confinamiento, día 17: Primera escaramuza
Diario del
confinamiento, día 18: Sobre un médico de Chechenia y unos ginecólogos
españoles
Diario del
confinamiento, día 19: ¿Te lo imaginas sin internet?
Diario del
confinamiento, día 20: Curiosidades de la ‘gripe española’
Diario del
confinamiento, día 21: Lo que de verdad importa
Diario del
confinamiento, día 22: El espejismo
Diario del
confinamiento, día 23: El error de Robinson Crusoe
Diario del
confinamiento, día 24: La pandemia de las ‘fake news’
Diario del
confinamiento, día 25: Libre te quiero
Diario del
confinamiento, día 26: Elogio de la resiliencia y del pingüino emperador
Diario del
confinamiento, día 27: Prejuzgar, siempre prejuzgar
Diario del
confinamiento, día 28: Un pequeño lujo de cuarentena
Diario del
confinamiento, día 29: El ocaso de los ‘magufos’
Diario del
confinamiento, día 30: El arte de leer las señales
Diario del
confinamiento, día 31: La otra forma de viajar
Diario del
confinamiento, día 32: Mezquindades
Diario del
confinamiento, día 33: La hora de la naturaleza
Diario del
confinamiento, día 34: Eso que llamábamos ‘normalidad’
Diario del
confinamiento, día 35: la confusión del minotauro
Diario del
confinamiento, día 36: La soberbia humana
Diario del
confinamiento, día 37: Impacto generacional
Diario del
confinamiento, día 38: Las noticias del mundo al revés
Diario del
confinamiento, día 39: Jugarretas de la mente oscura
Diario del
confinamiento, día 40: Soneto del confinamiento
Diario del
confinamiento, día 41: Sobre el día del libro y otras efemérides
Diario del
confinamiento, día 42: En tu casa y en la mía
Diario del
confinamiento, día 43: Reality show
Diario del
confinamiento, día 44: El confinado de piedra
Diario del
confinamiento, día 45: La fotografía tramposa
Diario del
confinamiento, día 46: Hauser, hoy era el día
Diario del
confinamiento, día 47: El día de Sísifo
Diario del
confinamiento, día 48: Deportes de riesgo
Diario del
confinamiento, día 49: ¡Inmunes!
Diario del
confinamiento, día 50: Libertad por horas
Diario del
confinamiento, día 51: ¡Día de la Madre!
Diario del
confinamiento, día 52: Carrera de hamsters
Diario del
confinamiento, día 53: Enemigos íntimos
Diario del
confinamiento, día 54: Todo tiempo pasado fue anterior
Diario del
confinamiento, día 55: El rapto de Europa
Diario del
confinamiento, día 56: Será porque yo quiero
Diario del
confinamiento, día 57: La gente que me gusta
Diario del
confinamiento, día 58: Cuesta arriba se piensa mejor
Diario del
confinamiento, día 59: Músicas para una pandemia
Diario del
confinamiento, día 60: Lo que nos hace humanos
Diario del
confinamiento, día 61: Tan lejos y tan cerca
Diario del confinamiento, día 62: Desde mi
atalaya
Comentarios
Siento que despidas el Diario, aunque me alegro de tu nuevo proyecto, como te dije. ¡La envidia me corroe!
Mientras no haya vacuna eficaz y ampliamente disponible (y para eso falta un año o año y medio como poco), la enfermedad seguirá extendiéndose. Eso es inevitable. La clave es conseguir que se extienda despacio, de forma que los sistemas sanitarios puedan soportarlo. Y al mismo tiempo conseguir que vuelva la actividad (aunque sea a mínimos).