Lo que voy a contar sucedió (realmente no, pero queda más poético así) allá por el siglo V de nuestra era. Los burgundios, el pueblo del Norte de Europa en el que se centran las gestas de El Cantar de los Nibelungos, se disponen a cruzar el Danubio para ir a visitar el reino de Atila. Pero Hagen, fiel y rudo vasallo del rey Gunter, ha sido advertido por una ondina de que ninguno de ellos volverá del territorio de los hunos. Todos morirán, salvo uno, el capellán de la expedición, el único que está destinado a volver a su reino.
Hagen quiere desafiar el destino. Por eso, mientras cruzan el río arroja al
capellán al agua y trata de ahogarlo empujándolo con un remo. Si el capellán
moría, el destino descrito por la ondina sería falso. Pero a pesar de sus
esfuerzos, del hecho de que el capellán no sabía nadar y de que Hagen impidió
todo intento de socorrerlo, de alguna forma el capellán consiguió retornar a la
orilla de la que habían partido y se salvó.
Supo así Hagen que su destino estaba escrito. Y que ninguno de los 1.000
caballeros que componían la expedición volvería jamás a su tierra.
Y decidió, como deciden los hombres del norte, que a pesar de que el destino
de todos y cada uno esté escrito en las estrellas, cada uno puede hacerse dueño
de sus actos y conseguir someter el destino a la propia voluntad. Así, nada más
llegar a la orilla oriental del Danubio, Hagen se puso a destrozar las
embarcaciones ante la mirada atónita de los burgundios, que ya no tenían un
gran concepto de él tras el episodio del capellán.
¿Cómo volveremos si destruyes las barcas, Hagen?
¡No volveremos! Fue la lacónica respuesta. Y, efectivamente, no volvieron.
A nosotros, el destino o la mala suerte nos ha jugado una mala pasada.
Llevamos casi ocho semanas debatiéndonos entre las ansias de libertad y el
sentido del deber, entre las ganas de transgredir las estrictas normas que nos
han impuesto y el miedo a recibir una sanción por algo tan absurdo como entrar a
un parque a pasear. Fuera de contexto, todas y cada una de las normas que
existen hoy en día suenan absolutamente ridículas.
Pero hay que recordar que la mejor manera de cumplirlas no es por el miedo,
sino porque las hacemos nuestras, porque nosotros queremos, porque nos hacemos
dueños de nuestro destino.
Así, cuando en días sucesivos se vayan levantando restricciones poco a poco
y nos surja la tentación de ir más allá de lo permitido, de transgredir las
normas reduciendo las distancias de seguridad o reuniéndonos en grupos más
grandes de los admisibles, os propongo a todos que nos hagamos dueños de
nuestro destino. Que digamos al unísono que nos quedamos en casa porque
queremos, no porque nos lo digan.
La situación no cambia realmente mucho, pero resulta más llevadero decidir
quedarse por propia voluntad que obligado por el miedo.
Nos jugamos mucho. Madrid, Cataluña y Castilla y León todavía no están
preparadas para entrar en la fase I, pero quizá pronto lo estén y el resto de
España lo está ya. El incremento de las libertades invitará a más de uno a tomarse
las restricciones a la ligera. Hoy, en el informativo de la televisión, han
indicado que algunas comunidades autónomas han empezado a enviar resultados de
prevalencia de la enfermedad, tras haber realizado tests con criterios
estadísticos. Los resultados indican que en algunas comunidades menos del 2% de
la población ha pasado el virus y, por lo tanto, está inmunizada. Es una buena
y mala noticia a la vez. Buena, porque significa que las medidas de
confinamiento han frenado efectivamente la transmisión de la enfermedad. Mala,
porque significa que estamos muy lejos de la inmunidad colectiva.
Habrá que hacer un gran ejercicio de voluntad para evitar que las cifras de
contagios se disparen otra vez.
¡Quédate en casa! ¡Y hazlo porque tú quieres!
Buen fin de semana a todos. Y ya que no hay novedad en el frente ¡Disfrutad
de los paseos!
Artículos anteriores de la serie:
Diario del confinamiento, día 1: en
territorio hostil
Diario del confinamiento, día 2: ‘Gens Una
Sumus’
Diario del confinamiento, día 3: Cuando el
suelo no iba a desaparecer bajo nuestros pies
Diario del confinamiento, día 4: La
máquina del tiempo
Diario del confinamiento, día 5: Conócete
a ti mismo
Diario del confinamiento,
día 6: ¡Día del Padre!
Diario del
confinamiento, día 7: Primavera, que no es poco
Diario del
confinamiento, día 8: En los brazos de Caissa
Diario del
confinamiento, día 9: Desubicados
Diario del
confinamiento, día 10: Madrid 2021
Diario del
confinamiento, día 11: Lecciones de tiempos de crisis
Diario del
confinamiento, día 12: Colección Héroes
Diario del
confinamiento, día 13: Amor clandestino
Diario del
confinamiento, día 14: Seguid cantando
Diario del
confinamiento, día 15: Héroes y villanos desde el salón
Diario del
confinamiento, día 16: El pequeño placer de las buenas noticias
Diario del
confinamiento, día 17: Primera escaramuza
Diario del
confinamiento, día 18: Sobre un médico de Chechenia y unos ginecólogos
españoles
Diario del
confinamiento, día 19: ¿Te lo imaginas sin internet?
Diario del
confinamiento, día 20: Curiosidades de la ‘gripe española’
Diario del
confinamiento, día 21: Lo que de verdad importa
Diario del
confinamiento, día 22: El espejismo
Diario del
confinamiento, día 23: El error de Robinson Crusoe
Diario del
confinamiento, día 24: La pandemia de las ‘fake news’
Diario del
confinamiento, día 25: Libre te quiero
Diario del
confinamiento, día 26: Elogio de la resiliencia y del pingüino emperador
Diario del
confinamiento, día 27: Prejuzgar, siempre prejuzgar
Diario del
confinamiento, día 28: Un pequeño lujo de cuarentena
Diario del
confinamiento, día 29: El ocaso de los ‘magufos’
Diario del
confinamiento, día 30: El arte de leer las señales
Diario del
confinamiento, día 31: La otra forma de viajar
Diario del
confinamiento, día 32: Mezquindades
Diario del
confinamiento, día 33: La hora de la naturaleza
Diario del
confinamiento, día 34: Eso que llamábamos ‘normalidad’
Diario del
confinamiento, día 35: la confusión del minotauro
Diario del
confinamiento, día 36: La soberbia humana
Diario del confinamiento,
día 37: Impacto generacional
Diario del
confinamiento, día 38: Las noticias del mundo al revés
Diario del
confinamiento, día 39: Jugarretas de la mente oscura
Diario del
confinamiento, día 40: Soneto del confinamiento
Diario del
confinamiento, día 41: Sobre el día del libro y otras efemérides
Diario del
confinamiento, día 42: En tu casa y en la mía
Diario del
confinamiento, día 43: Reality show
Diario del
confinamiento, día 44: El confinado de piedra
Diario del
confinamiento, día 45: La fotografía tramposa
Diario del
confinamiento, día 46: Hauser, hoy era el día
Diario del
confinamiento, día 47: El día de Sísifo
Diario del
confinamiento, día 48: Deportes de riesgo
Diario del
confinamiento, día 49: ¡Inmunes!
Diario del
confinamiento, día 50: Libertad por horas
Diario del
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Diario del
confinamiento, día 54: Todo tiempo pasado fue anterior
Diario del confinamiento, día 55: El rapto
de Europa
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