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Sin novedad en el frente. Diario del confinamiento, día 56: Será porque yo quiero

Lo que voy a contar sucedió (realmente no, pero queda más poético así) allá por el siglo V de nuestra era. Los burgundios, el pueblo del Norte de Europa en el que se centran las gestas de El Cantar de los Nibelungos, se disponen a cruzar el Danubio para ir a visitar el reino de Atila. Pero Hagen, fiel y rudo vasallo del rey Gunter, ha sido advertido por una ondina de que ninguno de ellos volverá del territorio de los hunos. Todos morirán, salvo uno, el capellán de la expedición, el único que está destinado a volver a su reino.

Hagen quiere desafiar el destino. Por eso, mientras cruzan el río arroja al capellán al agua y trata de ahogarlo empujándolo con un remo. Si el capellán moría, el destino descrito por la ondina sería falso. Pero a pesar de sus esfuerzos, del hecho de que el capellán no sabía nadar y de que Hagen impidió todo intento de socorrerlo, de alguna forma el capellán consiguió retornar a la orilla de la que habían partido y se salvó.

Supo así Hagen que su destino estaba escrito. Y que ninguno de los 1.000 caballeros que componían la expedición volvería jamás a su tierra.

Y decidió, como deciden los hombres del norte, que a pesar de que el destino de todos y cada uno esté escrito en las estrellas, cada uno puede hacerse dueño de sus actos y conseguir someter el destino a la propia voluntad. Así, nada más llegar a la orilla oriental del Danubio, Hagen se puso a destrozar las embarcaciones ante la mirada atónita de los burgundios, que ya no tenían un gran concepto de él tras el episodio del capellán.

¿Cómo volveremos si destruyes las barcas, Hagen?

¡No volveremos! Fue la lacónica respuesta. Y, efectivamente, no volvieron.


A nosotros, el destino o la mala suerte nos ha jugado una mala pasada. Llevamos casi ocho semanas debatiéndonos entre las ansias de libertad y el sentido del deber, entre las ganas de transgredir las estrictas normas que nos han impuesto y el miedo a recibir una sanción por algo tan absurdo como entrar a un parque a pasear. Fuera de contexto, todas y cada una de las normas que existen hoy en día suenan absolutamente ridículas.

Pero hay que recordar que la mejor manera de cumplirlas no es por el miedo, sino porque las hacemos nuestras, porque nosotros queremos, porque nos hacemos dueños de nuestro destino.

Así, cuando en días sucesivos se vayan levantando restricciones poco a poco y nos surja la tentación de ir más allá de lo permitido, de transgredir las normas reduciendo las distancias de seguridad o reuniéndonos en grupos más grandes de los admisibles, os propongo a todos que nos hagamos dueños de nuestro destino. Que digamos al unísono que nos quedamos en casa porque queremos, no porque nos lo digan.

La situación no cambia realmente mucho, pero resulta más llevadero decidir quedarse por propia voluntad que obligado por el miedo.

Nos jugamos mucho. Madrid, Cataluña y Castilla y León todavía no están preparadas para entrar en la fase I, pero quizá pronto lo estén y el resto de España lo está ya. El incremento de las libertades invitará a más de uno a tomarse las restricciones a la ligera. Hoy, en el informativo de la televisión, han indicado que algunas comunidades autónomas han empezado a enviar resultados de prevalencia de la enfermedad, tras haber realizado tests con criterios estadísticos. Los resultados indican que en algunas comunidades menos del 2% de la población ha pasado el virus y, por lo tanto, está inmunizada. Es una buena y mala noticia a la vez. Buena, porque significa que las medidas de confinamiento han frenado efectivamente la transmisión de la enfermedad. Mala, porque significa que estamos muy lejos de la inmunidad colectiva.

Habrá que hacer un gran ejercicio de voluntad para evitar que las cifras de contagios se disparen otra vez.

¡Quédate en casa! ¡Y hazlo porque tú quieres!

Buen fin de semana a todos. Y ya que no hay novedad en el frente ¡Disfrutad de los paseos!

 

 

Artículos anteriores de la serie:

Diario del confinamiento, día 1: en territorio hostil

Diario del confinamiento, día 2: ‘Gens Una Sumus’

Diario del confinamiento, día 3: Cuando el suelo no iba a desaparecer bajo nuestros pies

Diario del confinamiento, día 4: La máquina del tiempo

Diario del confinamiento, día 5: Conócete a ti mismo

Diario del confinamiento, día 6: ¡Día del Padre!

Diario del confinamiento, día 7: Primavera, que no es poco

Diario del confinamiento, día 8: En los brazos de Caissa

Diario del confinamiento, día 9: Desubicados

Diario del confinamiento, día 10: Madrid 2021

Diario del confinamiento, día 11: Lecciones de tiempos de crisis

Diario del confinamiento, día 12: Colección Héroes

Diario del confinamiento, día 13: Amor clandestino

Diario del confinamiento, día 14: Seguid cantando

Diario del confinamiento, día 15: Héroes y villanos desde el salón

Diario del confinamiento, día 16: El pequeño placer de las buenas noticias

Diario del confinamiento, día 17: Primera escaramuza

Diario del confinamiento, día 18: Sobre un médico de Chechenia y unos ginecólogos españoles

Diario del confinamiento, día 19: ¿Te lo imaginas sin internet?

Diario del confinamiento, día 20: Curiosidades de la ‘gripe española’

Diario del confinamiento, día 21: Lo que de verdad importa

Diario del confinamiento, día 22: El espejismo

Diario del confinamiento, día 23: El error de Robinson Crusoe

Diario del confinamiento, día 24: La pandemia de las ‘fake news’

Diario del confinamiento, día 25: Libre te quiero

Diario del confinamiento, día 26: Elogio de la resiliencia y del pingüino emperador

Diario del confinamiento, día 27: Prejuzgar, siempre prejuzgar

Diario del confinamiento, día 28: Un pequeño lujo de cuarentena

Diario del confinamiento, día 29: El ocaso de los ‘magufos’

Diario del confinamiento, día 30: El arte de leer las señales

Diario del confinamiento, día 31: La otra forma de viajar

Diario del confinamiento, día 32: Mezquindades

Diario del confinamiento, día 33: La hora de la naturaleza

Diario del confinamiento, día 34: Eso que llamábamos ‘normalidad’

Diario del confinamiento, día 35: la confusión del minotauro

Diario del confinamiento, día 36: La soberbia humana

Diario del confinamiento, día 37: Impacto generacional

Diario del confinamiento, día 38: Las noticias del mundo al revés

Diario del confinamiento, día 39: Jugarretas de la mente oscura

Diario del confinamiento, día 40: Soneto del confinamiento

Diario del confinamiento, día 41: Sobre el día del libro y otras efemérides

Diario del confinamiento, día 42: En tu casa y en la mía

Diario del confinamiento, día 43: Reality show

Diario del confinamiento, día 44: El confinado de piedra

Diario del confinamiento, día 45: La fotografía tramposa

Diario del confinamiento, día 46: Hauser, hoy era el día

Diario del confinamiento, día 47: El día de Sísifo

Diario del confinamiento, día 48: Deportes de riesgo

Diario del confinamiento, día 49: ¡Inmunes!

Diario del confinamiento, día 50: Libertad por horas

Diario del confinamiento, día 51: ¡Día de la Madre!

Diario del confinamiento, día 52: Carrera de hamsters

Diario del confinamiento, día 53: Enemigos íntimos

Diario del confinamiento, día 54: Todo tiempo pasado fue anterior

Diario del confinamiento, día 55: El rapto de Europa


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