Etapa 2
Villafranca del Bierzo - La Laguna
Unos 25 kilómetros
Sin bajas
Italianos, franceses, un danés y un canadiense que parecía que los perseguía el diablo de lo rápido que iban, un señor de algún país eslavo (solo le entendí algunas palabras sueltas cuando hablaba por teléfono), un uruguayo, una pareja de peruanos y, sobre todo, coreanos, muchos coreanos.
Sé que la moda del Camino de Santiago en Corea comenzó hace algunos años, al hilo de un reality show muy popular por aquellos lares. Y la moda sigue.
Bienvenidos sean todos.
De todas esas nacionalidades, y de algunas otras, me he encontrado gente hoy, al igual que de muchos territorios de España. Comparto habitación con un simpático catalán que me ha contado grandes cosas de su vida y de sus viajes de jubilado en apenas 20 minutos. Unos andaluces a los que rebasé en la ruta bromeaban sobre si tenía los bastones motorizados.
Creo que esta es una de las grandezas del Camino. Es un patrimonio del mundo entero y lo puede disfrutar cualquiera.
Por eso, me resulta llamativo el irme encontrando por aquí y por allá señales de nuestras pequeñas rencillas nacionales patrias. Abundan las pintadas que reclaman la separación de León de la Comunidad de Castilla y León. Luego hay otras reclamando el Bierzo como territorio gallego y, como es habitual, muchas correcciones a carteles en la carretera, cambiando, por ejemplo, el nombre del pueblo de "Las Herrerías" por "As Ferrerías".
Ante la globalidad del Camino, esas cosillas me resultan un poco fuera de lugar.
Las muchas horas de descanso de ayer me debieron sentar muy bien. Arranqué con ganas a una hora casi civilizada, las 7,15. Los primeros kilómetros, todos llanos, lo hice con rapidez y lleno de energía. Parecía que el mundo era mío y que ya nada me iba a detener hasta Santiago... hasta que aparecieron las primeras rampas del O Cebreiro, que me han puesto en mi sitio.
Para la gente que hace montaña con asiduidad, no es un obstáculo formidable ni mucho menos. Pero si estás bajo de forma, te pilla al final de la etapa y llevas kilos de más (y no solo en la mochila), la cosa se complica.
De hecho, yo había llegado al pueblo de Las Herrerías (o As Ferrerías, como más os guste) a eso de las 12. Aunque una opción razonable era quedarse allí, me pareció que era demasiado temprano para parar, así que me aseguré de tener plaza en un albergue en Las Lagunas (que está a dos o tres kilómetros de O Cebreiro propiamente dicho) y me lancé cuesta arriba.
Bueno, lanzarme es una expresión exagerada. Más bien me arrastré cuesta arriba y de hecho, varios de los caminantes que rebasé en el llano me adelantaron en estas cuestas.
Afortunadamente son solo unas dos horas de subida. Para mañana me quedan solo dos o tres kilómetros de rampas y habré superado el principal obstáculo geográfico de todo el camino.
Entre las curiosidades de la jornada destacaré que he visto a un hombre, no sé de qué país, que contaba con alguna minusvalía (llevaba una muleta) y estaba haciendo el Camino en una especie de triciclo de pedales. No alcancé a distinguir si el vehículo tenía algún tipo de asistencia eléctrica, creo que sí, pero en cualquier caso me parece una modalidad de mérito. Espero que le computen el logro para la Compostela, porque hasta ahora creo que no aceptan las peregrinaciones con bicis eléctricas, por mucho que también sea necesario pedalear.
Otra cosa que me ha llamado la atención es la abundancia de caracoles y de unas enormes babosas de color negro que van cruzando las carreteras con encomiable parsimonia, a riesgo de ser aplastadas por un coche o pisadas por algún peregrino. Una de ellas estaba situada en lo alto de un gran zurullo de caballo. No me detuve a sacarle una foto, pero sí que pensé que en ese momento podría haber utilizado la expresión "babosa come mierda" sin que significase un insulto.
Volviendo a las vicisitudes de la ruta, con los grupos de peregrinos ocurre una cosa peculiar. Salimos todos más o menos a la misma hora desde el mismo pueblo y durante los primeros kilómetros vamos casi juntos, hasta que el grupo se va estirando. No es extraño, entonces, que en el primer bar que encontré abierto, a hora y media de la salida, hubiese un considerable atasco de peregrinos intentando desayunar.
La única persona que atendía la barra estaba desbordada y a mí casi me da un ataque cuando le dijo a la persona que iba delante de mi que sólo podía darle medio bocadillo porque se le había acabado el pan. Mi cara de pánico (y la de los que iban detrás de mi) debió ser notoria, porque la señora nos tranquilizó en seguida indicando que en dos minutos le traían más. Dicho y hecho, apareció en seguida otra señora con una empanada, una tortilla y un saco de barras de pan que nos sacó de nuestra miseria. Era importante, porque estábamos todos en ayunas.
No he tenido ningún otro incidente de mención. Estoy en un albergue estupendo, donde se come muy bien, y toca aprovechar el tiempo para descansar. Es importante, porque con el cansancio se cometen errores de todo tipo. Ayer, sin ir más lejos, intenté lavarme los dientes con la crema de la psoriasis. Sólo me di cuenta al notar la falta de sabor mentolado.
Hoy, por cierto, no ha llovido nada y ha hecho muy buen tiempo. He acabado la jornada en manga corta.
Hasta mañana.
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