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Diario de un peregrino 5

Etapa 5
Sarria - Portomarín
Unos 23 km.
Sin bajas, pero con un dolorcillo en la rodilla.

Hay un fenómeno que voy a llamar "La paradoja de las multitudes". Cuanta más gente tienes alrededor, más difícil es entablar una conversación.

En Sarria, lo que antes iba siendo una caminata ocasionalmente salpicada de peregrinos, se transforma en una romería o en una procesión continua. Muchos optan por comenzar el Camino en esta localidad, puesto que se encuentra a 113 kilómetros del destino, con eso es suficiente para conseguir la acreditación y es una distancia que puede hacerse en 4 ó 5 días, lo que resulta muy conveniente para unas cortas vacaciones.

Así, nada más salir de Sarria, donde está vez desayuné antes de arrancar, lo único que tienes que hacer es seguir la larga hilera de mochileros que tienes por delante. No hay un momento para la soledad, pero el Camino se hace extrañamente solitario

Cuando coincides con un peregrino suelto es muy sencillo ponerse a hablar (y hasta sería grosero no hacerlo), como me ocurrió con el joven sevillano de ayer. Pero cuando tienes 50 peregrinos a la vista por delante y otros tantos por detrás, es casi imposible mantener una conversación. La cosa no pasa de pequeños saludos y del consabido "Buen Camino".

Los bares del recorrido estaban todos hasta la bandera (en uno de ellos, por cierto, me sirvieron una tortilla muy bien hecha, cocinada, pero jugosa, y casi abrazo al cocinero), y en algunos ni pude entrar de tanta gente que había. Afortunadamente, abundan también los "Bares automáticos 24 horas” (AKA, vending), por lo que no hay problemas de suministros.

Acerté a hablar, junto a una máquina de esas, con un par de franceses que no hablaban español y muy poco inglés. Con mi francés de supervivencia llegué a entender que llevaban 1.200 kilómetros en sus piernas y venían de no sé qué pueblo del norte de Francia. Su objetivo, Finisterre.

También acerté a hablar, casi al final, con un pequeño grupo de jóvenes españoles, más que nada porque me llamó la atención que uno de ellos llevaba un balón de fútbol en una bolsa colgando de la mochila. "Nunca se sabe", me dijeron. "En cualquier momento improvisamos unas porterías con los bastones y a jugar".

Les sorprendió saber que yo llevaba caminado más de 100 kilómetros. A mi no me sorprendió saber que era su primera etapa. Calculo que mandarán el balón de vuelta a casa en cuanto encuentren una oficina de correos.

Ando algo preocupado con el tema de las comidas. Estoy siguiendo lo que yo llamo la "Santísima Trinidad" de las actividades de largo recorrido:

- Bebe antes de tener sed
- Come antes de tener hambre
- Descansa antes de que te dé una pájara 

Pero lo de comer se va de las manos. Aquí una tostada no es una rebanada de pan Bimbo, sino un soberano trozo de pan de pueblo. Las raciones del menú de cualquier bar son abundantes, acompañadas de abundantes patatas fritas. Soy consciente de que es importante ir ingestando alimentos para reponer las calorías consumidas, pero como me descuide, voy a acabar engordando.

Me he propuesto cenar ligero.

Hoy, de nuevo, ha llovido sin fundamento. Probé la nueva capa de lluvia que me compré ayer y a los 20 minutos estaba de ella hasta las narices. No consigo llevarla bien colocada, se me va para todas partes y acabo igualmente mojado. La cambié por la chaqueta, que no es impermeable, pero abriga y estuve apunto de regalar la capa a un peregrino que estaba calado de arriba a abajo. 

No lo hice, porque si el tiempo empeora podría necesitar un abrigo adicional y es el último recurso. 

Afortunadamente, no hace mucho frío, ni viento. Sólo llueve. No soy capaz de describir la sensación de volver a ponerme la chaqueta empapada después de una pausa en el camino. Ese frío húmedo que comienza el los brazos, luego la espalda... ¡aaagghh! Pero en cuanto te pones a caminar, el cuerpo entra en calor y va todo bien.

Hoy he pasado el Ecuador de la expedición. Llevo más de 100 km y sólo quedan 93 (en cuatro etapas). Pero voy notando el cansancio.

No me preocupan los dolores musculares del ejercicio, que desaparecen en cuanto los músculos vuelven a calentar, pero sí un dolorcillo en la rodilla izquierda que molesta mucho en los descensos. Afortunadamente, casi todo el recorrido hasta Santiago es muy llano.

Portomarín es un pueblo muy bonito, donde veo que abunda el ingenio para salir adelante. He visto el cartel del negocio de un tal Yáñez, que en el mismo local ofrece muebles, confecciones, calzados y servicios funerarios. ¡Para que luego digan que en España no hay gente emprendedora!

Descanso ahora en un albergue pequeño y cómodo, que ya reservé con antelación. Ahora toca cambiar de estrategia. Con tanto peregrino suelto es difícil improvisar y conviene ir reservando alojamiento con al menos 24 horas de anticipación.

Me pongo a buscar el de mañana.

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